domingo, 21 de febrero de 2016
Photocall
Como en un silencio incómodo del cine
que obliga, por un segundo,
a dejar de masticar, quise ser,
presuponiendo la bondad en otros,
una más cuando Sète me enterrase en la playa.
Quise huir del pelear con el color amarillo chillón,
de los que piensan, porque hay quien todavía piensa,
que no levantar la voz es gritar sentado,
de mi hacérseme difícil recitar de memoria la letra de una canción
sin cantarla,
de ser Sísifo cada verano,
de lo que el invierno hace con los cerezos,
de ser la mujer de Lot sentada en dirección contraria
al sentido de la marcha de un tren,
del nerviosear del pecho.
Quise acercarme hasta si no amar al menos comprender mi anonimato,
mi cotidianidad, mi enfado no televisado,
mi encontronazo con la puerta de la lavadora,
mi pasar con mimo el dedo índice por las arrugas de Lennon,
y también por Vermeer y por Deshabitaciones de Carmen Camacho,
mi centrar la atención para no mear fuera de la taza
ajena,
dejar de maldecir cada noche
lo que quise ser de día.
Y cuando mi alma, ya saben, y mi cuerpo
coincidan solo en un punto, que será de ruptura,
haber tenido la torpe, mansa, modesta, atroz,
milimétricamente manirrota costumbre de buscar
y el triunfo de haber encontrado,
refugio y no un photocall en los que me rodean.
https://www.youtube.com/watch?v=EV5mZ4Znjg0
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Cómo echaba de menos leerte
ResponderEliminarEran las orillas de papel de plata, o de fumar, mientras el mar no espera a nadie y los dioses, descalzos, dibujan niños en la arena. Tal vez, incluso, seamos nosotros los niños y ellos los dioses, o los gigantes a molinos contra corriente. Contra la vena que por decir no sangra, escribe que una vez corrían por los pasillos las voces de toda una generación que fueron nuestros padres. No les lloro, les vivo y la carne es testigo de hasta donde se han quedado los huesos de vivir. Sin ellos, mi general.
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