miércoles, 7 de diciembre de 2016

Un rompeolas en el fregadero. Segunda edición


Segunda edición de Un rompeolas en el fregadero con prólogo de Irene X.


Con Portada de Facundo Ferré
Ilustraciones de Silvi Orión  
Epílogo de Fabián Diez Cuesta


Gracias.


Puedes pedirlo aquí sin gastos de envío: https://goo.gl/6U4wjz

Aquí librerías: http://escriboporembargo.blogspot.com.es/2016/08/donde-encontrar-un-rompeolas-en-el.html




miércoles, 30 de noviembre de 2016

Lucia Joyce se murió de pena

 

Definitivamente Lucia Joyce murió de pena.
En serio, Samuel Beckett no la quería y se murió de pena.

Murió de pena y desde entonces me gusta contarlo por los bares; entro, me siento lejos de la salida, y repito una y otra vez en voz no lo suficientemente baja que Lucia Joyce se murió de pena, esperando a alguien que siempre me rebata convencido que uno no puede morirse de pena. 

Lucia Joyce se murió de pena, les suelo responder mirando al vaso. Entonces me levanto despacio y recorro el agónico camino de vuelta a casa.

De que alguien se vuelva loco lo único que se recordará con el peso del tiempo es que lo estaba.

Claro que uno no puede morirse de pena, pienso, pero puede dejarse matar.
 
 

lunes, 19 de septiembre de 2016

Desnudo integral de Un rompeolas en el fregadero


Lectura integral de Un rompeolas en el fregadero

Sábado 24 de septiembre

Bar Aleatorio

Calle Ruiz, 7. Malasaña

Entrada cero euros







martes, 23 de agosto de 2016

Crítica sobre Un rompeolas en el fregadero por Javier Izquierdo Reyes


Por Javier Izquierdo Reyes. Revista Fogal.


Ciertamente, podríamos decir que en España había muy pocos lectores de poesía hasta hace relativamente poco tiempo. La poesía era un género para unos pocos, y su volumen de ventas era escaso en comparación con otros géneros, especialmente con la narrativa. Sin embargo, el empuje de toda una nueva generación ha ido dando un vuelco a la situación, hasta el punto de que podríamos afirmar, sin temor a equivocarnos, que, entre los más jóvenes, la poesía se está convirtiendo en el género estrella. Muchísimos nuevos poetas surgen de los micros abiertos, jams, slams y demás formatos de poesía oral, y proliferan en las redes sociales y los blogs donde tienen su feudo seguro. Una nueva forma de entender el ars poética, más ligado a la oralidad, la espontaneidad y lo cotidiano, a la experiencia personal y a la intensidad de lo pequeño, es su propuesta. Ello no siempre es bien entendido por las generaciones anteriores y por los más consagrados y vinculados a la “academia”, quizás con una mezcla de recelo y envidia por su proyección en el mercado editorial: las ventas crecen, y las editoriales dispuestas a aprovechar su demanda no son escasas. El potencial de ventas genera, no obstante, como es lógico, la publicación de títulos destinados, exclusivamente, a satisfacer las exigencias del público sacrificando la creatividad de sus autores, y muy pronto hemos podido encontrar un gran número de títulos donde la originalidad y la frescura han ido dando paso a la imitación y a una escritura fácil y plegada a la demanda del lector. El número de autores aumenta vertiginosamente, y comienza a hacerse difícil poder separar lo valioso de lo circunstancial –sólo el tiempo y la lectura atenta nos darán un panorama cabal. Sin embargo, ya es posible ir avizorando algunos autores y obras a seguir con atención, y, en esta vorágine última de títulos y escritores noveles, destaca, particularmente, una obra que aporta originalidad, frescura y movimiento a este panorama en consolidación: se trata de Un rompeolas en el fregadero, publicado con el pseudónimo de Juana la Coja.   

Es, precisamente, el uso de un pseudónimo el primer aspecto diferencial de la obra frente a otros autores. En un momento en que la poesía escrita por los más jóvenes se ampara en nombres reconocibles para asiduos a lecturas y para lectores en la red, asociables con facilidad a un rostro, a un cuerpo previamente contemplado en vivo o en alguna fotografía en el web, Juana la Coja oculta su corporalidad tras su nombre para dejarnos, como en otros tiempos, a solas con su voz. No hay forma de contemplar el rostro que nos habla: su ausencia en eventos con público -presentaciones incluidas- y la falta de fotos propias en las redes sociales lo hacen imposible. La voluntad de evitar cualquier interferencia entre voz e imago, aún a riesgo de que las ventas puedan resentirse, es clara. Las prioridades son otras. Hay una autora que quiere transmitir y transmitirse sin concesiones ni cortapisas, a quien le importa más qué leen de ella y cómo la leen que cuántos y a cuánto, y que escribe como quien llora bajo una mesa y no como quien se luce sobre ella. Resulta evidente que estamos ante una autora muy distinta del resto, y aún no nos hemos adentrado en su poemario. Las expectativas son altas, pero Un rompeolas en el fregadero no defrauda.

Enmarcado por un poema de Silvi Orión –magnífica fotoilustradora del poemario- y un poema epílogo de Fabián Diez Cuesta, Juana la Coja nos enseña, a lo largo de sus veintisiete composiciones, una vida presidida por las ansias de sobre-vivir –con permiso de un mundo, interior y exterior, terriblemente hostil- y el anhelo de una autenticidad soñada y difícilmente conseguida, llevada con una lúcida conciencia del paso del tiempo. Uno de los puntos clave del libro, no obstante, está tan fuera como dentro de él, y es su dedicatoria “A Pedro y Manuela”, precedida de un pequeño y bello poema. Quizás en él contemplemos el centro de la herida, de la desgarradura cuya reparación mueve a todo escritor a ejercer su arte: “El día que terminé este libro / hacía un año que, / justo a esa hora, / entraba en casa con ellos. (…) fue la última vez que lo hice. // Por eso y desde entonces, (…) yo, solo busco con la mirada / si estamos todos”. El deseo incumplible de reparar el dolor de la ausencia preside una mirada condenada de antemano, en su búsqueda, al fracaso de toda esperanza: nunca estarán todos. Y es que, como veremos, en los poemas «Manuela» y «A la derecha del padre», son las muertes de su padre y de Manuela el centro de esta escena irrepetible, de ahí su importancia. La reparación de sus ausencias, a toda costa y a todo coste, surca el poemario, y no duda en utilizar, para ello, todo tipo de estrategias, como el recuerdo (“contaré que vi en tus ojos un pueblo costero, / con su baile en la plaza, / su fado, / caminar erguido”, leeremos en «Manuela») o el deseo directo de presencia (“Yo, sería capaz de creer en dios / si eso me permitiese sentarme, / aunque solo fuese una vez, / a la derecha del padre, / y fuese el mío”, dirá en «A la derecha del padre»).

Desde aquí, las ausencias se extienden y su asunción y exorcismo se hacen urgentes en un “yo” casi rendido y en constante pelea consigo mismo para poder permitirse seguir adelante (“resistía el único francotirador / (…) que juzgaba a punta de pistola / mi seguir con mi vida // (…) y era yo”, nos revela en «Mi peor enemigo»). Una suerte de travesía por el infierno nos lleva por el amor y el desamor (“El amor es todo / lo que odiarás / cuando se acabe”), la amistad y su desengaño (“Al final madurar va a ser tan simple, / tan poca cosa, / como descubrir, / antes de morir, / a quien te quiere de verdad / sin dejar de querer a todo el mundo”) y, en general, la complejidad y fragilidad de las relaciones humanas, marcadas por lo inauténtico de un amor que se dice demasiado y no se practica lo suficiente (“todavía no he escuchado / a ninguna persona responder / que a una isla desierta / se llevaría a otra.”).

No es de extrañar, entonces, que nos hallemos ante un mundo lastrado por la desafección y la violencia, donde crecer es dejar atrás la alegría y el juego para que el vacío tome su lugar en una sociedad de obligaciones y desilusión (“todos los niños interiores tienen anemia”) donde la soledad nos acompaña a todas partes, aunque no siempre estemos tan solos como creemos (“tener, a veces, / una sola persona a la que contar que te sientes solo, / es no estarlo”). Es por ello que encontramos, a lo largo del poemario, una activa conciencia de la situación social y política y una propuesta de actuación basada en la recuperación de lo humano frente al terrible influjo despersonalizador de la sociedad de consumo (“repitiéndome que soy luz / e intentando proyectarla en otros / esperando, tan solo, / que fuese más favorecedora que la de los supermercados”). Es necesario romper, entonces, con el reino de las apariencias de nuestra “sociedad del espectáculo”, trabajo que empieza siempre por uno mismo (“dejar de maldecir de noche / lo que quise ser de día”) y que desde allí se prolonga incesantemente hacia el Otro en espera de esa autenticidad tan necesaria para convertir el llanto de la vida en sonrisa, o, al menos, encontrar el consuelo buscado en ese refugio que deberían ser los demás: “el triunfo de haber encontrado, / refugio, y no un photocall,en los que me rodean”.

Así, la autora nos enseña que desde las pequeñas cosas, desde lo más ínfimo, podemos lograr convertir lo que nos rodea en un lugar humanamente habitable. Y es que, frente a la asepsia de las grandes narraciones, el calor de las pequeñas historias es el verdadero reflejo de la vida que nos dan, el espejo donde podemos ver los males que nos aquejan e intervenir para hallar realmente, entre todos, algo a modo de felicidad. Juana la Coja nos toma de la mano para recorrer su pequeña historia y mostrarnos, paso a paso, cómo se entra y se sale de la tumba. Y es que, en efecto, según nos recuerda Fabián Diez Cuesta en su epílogo, “Si has llegado hasta aquí / quizás sepas ya / cómo rompen las olas / en los sitios pequeños / y cómo juega la vida / siempre / a ser cristal / y también espejo”. En nosotros queda aprender la lección y construir, para seguir vivos, “un rompeolas en el fregadero”.


http://www.revistafogal.com/2016/08/23/un-rompeolas-en-el-fregadero/



sábado, 6 de agosto de 2016

Dónde encontrar Un rompeolas en el fregadero


Sevilla:

Un gato en bicicleta (Calle Regina, 8)
Nuño (Calle San Luis, 83)
La fuga (Calle Conde de Torrejón, 4)
La extravagante (Alameda de Hércules, 33)
Gusanito lector (Feria, 110)
Isla de Siltolá


Valencia:

Bartleby
La rossa. Llibres en femení (Calle Enrique Navarro, 26)


Málaga:

Áncora (Plaza de Uncibay, 9)


Gijón:

Paradiso (Calle de la Merced, 28)


Pamplona:

Walden (Calle Paulino Caballero, 31)


Cartagena: 

Montaña mágica (Calle pintor Balaca, 34)


Córdoba:

Luque (Calle Jesús y María, 6)


Valladolid:

Sandoval (Plaza del salvador, 6)


Zaragoza:

Pantera rossa (Calle san Vicente Paúl, 28)


Vitoria:

Zuloa (Calle Correría, 21)


Alicante:

Pynchon (Calle Poeta Quintana, 37)


Toledo:

Hojablanca (Calle de Martín Gamero, 6)
Gómez Menor (Avenida de la reconquista, 5)


Talavera de la Reina:

Nobel (Avenida Pío XII, 29) 


Madrid:

El dinosaurio todavía estaba allí (Calle Ave María, 8)
La Central de Callao (Calle Postigo de San Martín, 8)


Murcia:

Diego Marín (Calle Merced, 9)


También en cualquier Casa del Libro de cualquier ciudad bajo pedido 

Aquí a casa sin gastos de envío https://www.edicionesenhuida.es/producto/un-rompeolas-en-el-fregadero/

Europa y América https://www.edicionesenhuida.es/producto/un-rompeolas-en-el-fregadero/

Todo lo demás a lachicadelascanciones@gmail.com




viernes, 20 de mayo de 2016

Un rompeolas en el fregadero. 23 de mayo


Un rompeolas en el fregadero- Por Juana la coja- Ediciones en Huida

Con Portada de Facundo Ferré
Ilustraciones de Silvi Orión
Epílogo de Fabián Diez Cuesta


Puedes pedirlo aquí sin gastos de envío: https://goo.gl/CPkXoP



viernes, 13 de mayo de 2016

Orión



Veintipico, por Silvi Orión - Todo es relativo salvo su luz.

De Un rompeolas en el fregadero.




                         

jueves, 28 de abril de 2016

Gigantes


Antes, mucho antes
de la crisis del ladrido,
de las cláusulas cielo,
antes del olor de los libros
a través de las pantallas,
de las clases de pilates,
del running de los sanchos sin panza,
del culo firme y la frente marchita.

Antes, incluso mucho antes
de que Dulcinea se largase a Benidorm
con un jubilado de provincias,
los cánceres o el Alzheimer,
don Quijote hipotecó por amor
al arte
molinos,
que en algún lugar de la Mancha
de cuyo nombre ahora lucha
por acordarse,
le visitan en la residencia cada domingo.




 

domingo, 21 de febrero de 2016

Photocall


Como en un silencio incómodo del cine 

que obliga, por un segundo,

a dejar de masticar, quise ser,

presuponiendo la bondad en otros,

una más cuando Sète me enterrase en la playa.

Quise huir del pelear con el color amarillo chillón,

de los que piensan, porque hay quien todavía piensa,

que no levantar la voz es gritar sentado,

de mi hacérseme difícil recitar de memoria la letra de una canción

sin cantarla,

de ser Sísifo cada verano,

de lo que el invierno hace con los cerezos,

de ser la mujer de Lot sentada en dirección contraria

al sentido de la marcha de un tren,

del nerviosear del pecho.

Quise acercarme hasta si no amar al menos comprender mi anonimato,

mi cotidianidad, mi enfado no televisado,

mi encontronazo con la puerta de la lavadora,

mi pasar con mimo el dedo índice por las arrugas de Lennon,

y también por Vermeer y por Deshabitaciones de Carmen Camacho,

mi centrar la atención para no mear fuera de la taza

                                                                         ajena,


dejar de maldecir cada noche

lo que quise ser de día.

Y cuando mi alma, ya saben, y mi cuerpo

coincidan solo en un punto, que será de ruptura,

haber tenido la torpe, mansa, modesta, atroz,

milimétricamente manirrota costumbre de buscar

y el triunfo de haber encontrado,

refugio y no un photocall en los que me rodean.




https://www.youtube.com/watch?v=EV5mZ4Znjg0